8/3/13

Sabor a infancia


- Abuela, ¿qué haces?
- La cena, nena, que ya va siendo hora
- ¿Y qué cenamos hoy?
- Sopas de ajo, que llenan la panza sin vaciar mucho la despensa

Eran otros tiempos, más difíciles, y en la penumbra de su cocina mi abuela convocaba a los espíritus del hogar para obrar cada noche el milagro: dar de comer a doce personas con los ingredientes de tres raciones. Cuántas veces habremos cenado aquellas sopas de ajo, reciclando algo de pan duro y poco más cuando nadie sabía qué era eso de reciclar... ¡y qué ricas estaban! Pero no era sólo sopa de ajo, en aquella cocina se obraron milagros de todos los sabores y colores, con los ingredientes más variopintos y, más a menudo, casi sin ingredientes. Cómo conseguía sacar de dos huevos aquella tortilla enorme, milagrosa, es algo que aún hoy trato de entender, pero en el fondo sé que no puede ser entendido: era la magia de sus pucheros remachados, su cucharón desgastado y sus cacharros descascarillados por el uso.



Yo era apenas una niña cuando enredaba en su cocina, pero no he olvidado los olores de sus platos, ni el sonido suave chup-chup-chup del hervor de los guisos a su fuego lento (hay poca leña, nena, no puedo atizar más). Y qué rico estaba todo, qué sabores tan naturales, tan honestos, tan de casa... Aquella mujer cocinaba sólo la vejez: gallina vieja, vaca vieja, oveja vieja, apenas por Nochebuena y el día de la fiesta del pueblo se atrevía a matar algún gallo o un cordero, tanto había que mirar por ellos (si se puede vender uno, esas cuatro perras van a venir de maravilla, nena). Eran las horas al fuego, el amor de sus manos removiendo y sus sabios aderezos lo que convertía en manjares aquellas carnes pobres y duras.



La recuerdo siempre atareada, siempre detrás de su mandil y su cuchara de madera (de palo, nena, de palo... de madera es la mesa), con el pelo bien recogido en el moño y las manos muy, muy limpias. Desgastadas de tanta agua fría, pero fuertes y dulces al mismo tiempo. Aquellas manos sabias también sabían coser. Remendar, más bien (ay, nena, qué falta me hacían unos retales curiosos pa remendar la ropa), que hasta los remiendos andaban escasos entonces, pero también en un humilde zurcido puede ponerse arte ¡y qué bien zurcía mi abuela! Alguna vez hasta le traían las vecinas cuatro trapos para que los zurciera, y a cambio la ayudaban a lo que más le costaba: amasar el pan (si no fuera esta reuma, nena, que no me deja vivir, pero ya verás como a ti también te llega, que en esta casa no hay mujer que lo libre). Eran otros tiempos... ¡cuántas cosas necesitaba saber una persona para poder salir adelante! Saber hacer, claro, no saber leyes y nombres y cuentos, como ahora, que dicen que es cultura pero seguro que si volvieran aquellos tiempos más de un culto de esos acababa pasando hambre. Entonces no valían teorías ni dibujos, en una casa había que saber hacer todo lo que se necesitaba, y en eso... ¡a mi abuela no la ganaba nadie!


Todo, siempre, alrededor de la cocina (¡cómo vas a ir pa la sala, nena, con este frío! Acércate a la lumbre, que es donde se para bien), en su reino de trapos y cazuelas: allí se cocinaba y se comía, se aprendía a coser y se cosía, se resolvían los grandes temas y los pequeños también, allí aprendíamos casi todo los niños y también allí recibíamos los castigos que nos tocaban. Allí se consumían las velas en las noches largas del invierno, siempre el aire lleno con el olor del último guiso o del venidero, mientras los abuelos contaban historias, los jóvenes trabajaban lo que el día les había dejado pendiente y los niños revolvíamos por debajo de la mesa, entre piernas y zapatillas, incordiando un poco a todos con su consentimiento disimulado. En una vida llena de precariedades, generosa sólo en frío, la cocina de mi abuela era un oasis cálido en el que nos refugiábamos de buena gana. 


Con los años mejoraron algo las cosas, despacio, pero mejoraron: se apartó la humedad de las paredes y el agua entró en casa por los grifos, las bombillas barrieron muchas penumbras, y poco a poco pudieron hacerse tortillas con ocho huevos y guisos de carne tierna. A mi abuela esos años apenas le tocaron de refilón, no tuvo la vida el detalle de compensarle tanto trabajo y entrega con el disfrute de la abundancia al final de su camino, y se nos fue cuando apenas empezábamos a entrever la prosperidad. Ahora ya no necesitamos alargar los ingredientes hasta el infinito, por suerte, pero su legado se mantiene entre los pucheros de la familia en forma de guisos lentos, largas conversaciones entre cazuelas y muchos de los sabores de sus platos. Ya no hace falta remendar sobre remiendos en la ropa de diario, pero sigue dándome pena tirar ese viejo rodillo de cuadros y sigo zurciéndole los desgarrones. Serán manías...

Hoy soy yo la abuela que cocina, la que cuenta viejas historias como ésta, la que fabrica vivencias que, supongo, serán un día los recuerdos de infancia de mis nietos, y bien veo que me adoran, pero muchas veces cuando estoy en la cocina y agarro el cucharón, no paro de preguntarme si yo, como abuela, estaré a su altura...

- Abuela, ¿qué haces?
- La cena, nena, que ya va siendo hora
- ¿Y qué cenamos hoy?
- Sopas de ajo, que llenan la panza... y saben a infancia.





A aquellas mujeres que criaron hijos y nietos 
multiplicando cada día panes, peces, huevos y leche, 
sin que nadie las llamase santas




(aunque basado en hechos más que reales, esto es una invención, no tiene nada que ver con mi familia ni ninguna persona real en concreto. Es sólo un homenaje a miles de mujeres, anónimas y muchas veces ignoradas, que escribí una vez para un recetario tradicional y quise rescatar hoy, por ser su día)




     



11 comentarios:

  1. Que bonito Alba me ha encantado porque mi abuela era asi, eran pobres y trabajaba cosiendo en casa, teníamos en la cocina una mesa camilla de estas redondas con un mantel de cuadros rojo y un brasero debajo, viviamos todo en casa de mis abuelos cuando era pequeña, mi abuelo pastor de cabras y mi abuela cosia. Eran tiempos duros de crisis peor que ahora, pero tiempos de familias reunidas compartiendo. Tiempos de croquetas de sobras y sopas de hueso y fideos. Yo no soy abuela todavia y lo que me queda, si Dios quiere, pero si me veo haciendo malabares en la cocina y creo que aprendí mucho de mi abuela porque a mi madreno le tocaron esos tiempos y no fue de este tipo de mujeres, mi madre trabajaba fuera de casa y era más moderna. La vida es ciclica y ahora vuelven tiempos de crisis y hay que adaptarse y gracias a Dios tenemos el recuerdo de nuestras abuelas, trabajadoras de sol a sol y siempre con un chiste o una historia en la boca. Yo siempre recordaré a mi abuela riendo hasta que se le escapaba la dentadura postiza, jajaja. UN besito y gracias por trasladarme a aquellos tiempos.

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    1. Quien más y quien menos, todos andamos por el mundo gracias a mujeres así, capaces de todo para tirar por su familia. Me alegro que te haya hecho recordar!

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  2. No tengo nada que añadir...

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  3. Hoy yo doy gracias... no se si al cielo, a la vida o la genio de mi abuela, pero doy gracias por tenerla conmigo, una mujer que con 92 AÑOS sigue valiendose por ella misma... INCREIBLE. Que sigue preparando los sabados la comida para todos, para que nos sentemos a su mesa y la digamos: ¡Abuela! quiere estarse quieta ya... que ya nos encargamos nosotros de poner la mesa... Pero que va, ella no para... quizas sea su genio, su caracter o la vida que le ha tocado vivir, pero es genial llegar a su casa y sentarnos cuatro generaciones al calor de esa estufa de leña... y ver como mi abuela juega con mi hija al escondite mientras mi madre y yo no miramos y sonreimos ... por eso doy gracias.

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  4. Bufffff esta vez "t'as salío por tós laos". Precioso homenaje.

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  5. Me encantó! Gracias por compartir.

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  6. Esto se avisa, no puedes dejar leer esto a una puérpera, que no tengo pañuelos a mano! Qué llorera! <3 <3

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  7. Alba!! Eres genial, coses de maravilla, eres ingeniosa, tienes unas manos privilegiadas, etc, etc, etc, pero qué quieres que te diga: lo tuyo son las palabras!!!!! Ha sido un verdadero PLACER haber leido esto hoy. Gracias!!!!

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  8. Sin palabras... la emoción no me deja...

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